Vinieron como golondrinas

A veces los lectores sensibles tenemos la suerte de encontrar libros en los que podemos llegar a leernos a nosotros mismos sin haber experimentado ninguna de las situaciones o sentimientos se describen. Esto es exactamente lo que me ha sucedido estos días con la lectura de Vinieron como golondrinas de William Maxwell.


Nos encontramos ante una novela de amor tiernísima en la que el sujeto de este sentimiento es la madre y esposa de los narradores de los tres capítulos de que se compone la obra. Bunny, hijo pequeño y claro alter-ego del autor, siente tal amor por su madre, centro de su vida, que recuerda al pequeño Marcel de Por el camino de Swann. Aquel niño que no podía dormir por las noches si la madre no subía a su habitación para despedirse con un beso de buenas noches. Bunny es un niño hipersensible la felicidad del cual puede verse dramáticamente alterada si su madre no corresponde a alguna de sus miradas anhelantes. Robert, hermano mayor preadolescente, vive encerrado en sí mismo desde que sufrió un accidente que le hizo perder una pierna. Observador pasivo de la situación familiar, intuye muy pronto que su madre morirá de la gripe española que ha contraído y que los adultos que le rodean quieren esconder.

Finalmente, James, marido de Elizabeth, hombre serio y ensimismado en sus negocios y por la situación política de los últimos momentos de la Primera Guerra Mundial, ve derrumbarse su pequeño y cálido mundo doméstico con la muerte de su esposa. Verdadero pilar familiar, Elizabeth dirigía con mano dulce pero firme el cálido hogar de esta familia de clase media de los EE. UU. del primer tercio de siglo XX. James pierde el norte y el sentido de su vida cuando Elizabeth ya no está y se siente incapaz de resistir la ausencia de su compañera y amiga durante tantos años. Precioso es el episodio en el que el distante Robert vislumbra los profundos cambios acaecidos y el estado anímico de su padre, ofreciéndole su apoyo a través de una prematura entrada a la edad adulta.William Maxwell fue durante cuarenta años editor literario de la prestigiosa revista The New Yorker. Su cultura literaria adquirida en Harvard le permitió editar parte de la narrativa breve de autores hoy consagrados como Vladimir Nabokov, John Cheever o Flannery O'Connor, ayudándoles desde el silencio a convertirse en los grandes autores que hoy son considerados. La obra literaria de Maxwell consiste de diversa narrativa breve y seis novelas de las cuales buena parte ha sido publicada en España por Libros del asteroide.

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